sábado, 17 de abril de 2010

CARTA DE GEORGE WHITEFIELD A JUAN WESLEY

Carta de George Whitefield al Rev. Juan Wesley

En respuesta al sermón del Sr. Wesley titulado “Gracia Libre” Bethesda , G eorgia , D iciembre 24 de 1740

(O frecem os este intercam bio entre Juan Wesley y George Whitefield. George y Juan eran buenos am igos. Pero
en estas cartas el lector podrá apreciar qué tan importantes eran las doctrinas de la gracia de Dios para Whitefield, que estaba dispuesto a perder la amistad humana por afirmarlo)




Prefacio a su carta - G eorge Whitefield

Estoy consciente de los diferentes efectos qu e pu blicar esta carta contra el sermón del qu erido Sr. W esley producirá. Muchos de mis amigos que son fervientes defensores de la redención universal, se ofenderán. Muchos que son celosos del lado contrario se regocijarán. Aquellos que son débiles en a m bos la dos y que se dejan llevar por razonamientos carnales desearán que este debate nunca se hubiera dado.
Las razones que doy al inicio de la carta, creo que son suficientes para satisfacer cualquier conducta.
D eseo entonces que aquellos que sostienen la do ctrina de la elección no se sientan triunfantes, o que hagan otro partido (detesto tal cosa) – y que aquellos que tienen prejuicio con respecto a esta doctrina no se sientan ofendidos tampoco.
Conocidas al Señor son todas su obras desde el principio del mundo. El gran día descubrirá por qué permitió el Señor que el S r. W esley y yo tuviéramos diferentes formas de pensar. Al presente, no voy a inquirir en eso, más allá de lo que él mismo afirma en la siguiente carta, que recibí de sus manos hace poco:

(Jua n Wesley había escrito la sigu iente carta a George) Londres, Agosto 9, 1740
Mi querido Hermano,

T e a g r a d e z co por la tuya, Mayo 24. El caso está claro. H ay burladores de am bos lados, tanto d e la pred estinación com o contra ella. D ios está enviando un m ensaje tanto a los unos com o a los otros. Pero ninguno lo recibe, excepto si se los expone alguien de su mismo lado. De manera que, por un tiempo hemos de sufrir ser uno de una opinió n y e l otro de otra. Pero el tiem po vendrá, cuand o D ios hará lo que el hombre no puede hacer, es decir, hacer que tengamos un mismo sentir. Entonces la persecución vendrá, y verem os si co ntam os nuestras vidas valiosas para nosotros m ism os, para que podam os acabar nuestra carrera con gozo. Yo siem pre, mi querido herm ano,
Siem pre tuyo,

J. Wesley.


Entonces, m i honrado amigo, de corazón pido a D ios que apresure el tiempo, en que nos ilumine en todas la doctrinas de revelación divina, para que estemos muy unidos en principio y en juicio así como de corazón y afecto. Y entonces si el Señor nos llamara, no temo ir a prisión, o a la muerte. Porque como Pablo y Silas, espero cantar alabanzas a D ios, y lo contaré como nu estro gr a n ho no r sufrir por la causa de Cristo, y dar nu estras vidas por nuestros hermanos.

Carta de G eorge W hitefield al Rev. John W esley En respuesta al sermón del Sr. W esley titulado “G racia Libre”
Bethesda, Georgia, Diciembre 24 de 1740


Reverendo y mu y querido H ermano,

Solo Dios sabe el indecible dolor qu e tengo en el corazón por tu causa desde que dejé Inglaterra. Ya sea por falta de carácter o no, pero confieso francamente, que ni Jonás iba tan indispuesto a N ínive, de lo que yo m e siento a l tomar la pluma para escribir algo para contradecirte. Preferiría morir; y aún así, si soy fiel a Dios, a otras almas y a la mía propia, no debo permanecer neutral por más tiempo. Estoy muy consciente de que nuestros adversarios comunes se regocijarán al comprobar que hay diferencias entre nosotros. P ero,
¿qué puedo decir? Los hijos de Dios están en peligro de caer en el error. M á s bien, muchos han sido extravia dos, en los cuales Dios había obrado por medio de mi ministerio, y aún un gran número está clamando a mí para que les muestre m i opinión. Debo entonces mostrar que no conozco a ningún hombre según la carne, y que no ha go a cepción de personas, más allá de lo que sea consistente con mi labor para mi Señor y Dueño, Jesucristo.
Esta carta, no hay duda, me hará perder muchos amigos: y quizás sea por esta causa que D ios ha puesto
esta tarea sobre mis hombros, para probar si estoy dispuesto a arriesgarlo todo por su causa o no. Por causa de estas consideraciones, creo mi deber dar mi humilde testimonio, y argumentar con ardor por las verdades, qu e estoy convencido, están claramente reveladas en la Palabra de D ios. En la defensa de lo cual debo ser abiertamente explícito, y tratar a mis más querido s a migos en esta tierra con la más grande simpleza, fidelidad y libertad, dejando las consecuencias de todo esto a Dios.
Por algún tiempo antes, y especia lm ente desde mi última partida de Inglaterra, tanto en público como
en privado, en predicaciones o en forma impresa, tú ha s estado propagando la doctrina de la redención universal. Y cuando recuerdo cómo Pablo reprendió a Pedro por su disimulo, temo que he pecado al guardar silencio por tanto tiempo. Entonces, no te enojes conmigo, m i estim a do y honrado señor, si ahora libero mi alma, al decirte que en esto cometes un grave error.
N o es m i intención entrar en un largo debate con respecto a los decretos de Dios. T e refiero al Dr. Edwards en su Veritas Redux [1], el cual, creo es irrefutable – excepto en cierto punto, concerniente a una
clase interm edia entre elegidos y reprobados, lo cu al él mismo de hecho, llega a condenar después.
Solamente haré algunas anotaciones sobre tu sermón titulado G racia libre. Y antes de entrar en el discurso mismo, déjame que hable un poco sobre el prefacio que según apuntas, es una obligación
indispensable publicarlo a todo el mundo. Debo confesa r que siempre he pensado que estabas equivocado en esto.
El caso (como sabes) es este: Cuando estuviste en Bristol, creo que recibiste una carta de mano privada,
acusándote de no estar predicando el evangelio, porque no predicabas con respecto a la elección. Sobre esto tom a ste el desafío: “predicar e imprimir”. Con frecuencia cuestioné, como lo hago ahora, si al hacer esto, no tentabas al Señor. Un necesario ejercicio de prudencia religiosa, antes de tomar tu decisión, habría sido considerar esta cuestión. Además, nunca me enteré que inquirieras de Dios, para determ ina r si la elección era una doctrina del Evangelio o no lo era.
Pero, temo que, dándolo por sentado [que la elección no es una doctrina bíblica], solo consideraste si
debías perm a necer en silencio o predicar e imprimir en contra de ella. Sea como sea, tomaste el desafío “predica r e im prim ir”; y hacerlo en contra de la doctrina de la elección. Conforme a mi deseo, suprimiste la publicación del serm ón mientras estuve en Inglaterra; pero pronto lo enviaste por todo el mundo despu és de mi partida. ¡O jalá te lo hubieras reservado! Sin embargo, si ese sermón fue impreso en respuesta a un desafío, me inclino a creer, que la ra zón por la cual Dios debía sufrir que fueras engañado, era, para imponerme una obligación especial a mí, de declarar fielm ente lo que dice la Escritura con respecto a la doctrina de la elección, y que así el Señor me diera una nueva oportunidad para mostrar lo que hay en mi corazón, y si sería fiel a S u causa o no, como te consta que Él lo hizo ya antes, cuando tomaste aquella decisión en D eal.

La mañana que sarpé de Deal para G ib raltar [2 Febrero 1738], tu regresaste de Georgia. En vez de darme una oportunidad de conversar contigo, aunque la nave no estaba tan lejos de la costa, tomaste una decisión, e inmediatamente te dirigiste a Londres. Dejaste una carta, en la cual dejaste palabras tales como: “Cuando

vi que Dios, me enviaba a mí por medio del mismo viento que te traía a tí, consulté a Dios. Su respuesta va en esta carta.” Esto fue un trozo de papel en el cual estaban estas palabras: “Déjale regresar a Londres”.
C u a ndo recibí esto, estuve algo sorprendido. Aquí estaba un buen hombre, diciéndome que tomara una
decisión, y qu e Dios quería que yo regresara a Londres. Por otro lado, yo sabía que mi llamado era para
G eorgia, y que había dejado Londres y qu e no podía, en justicia, dejar a los soldados que estaban bajo mi cargo. Me puse a orar con un amigo. Ese pasaje en I Reyes 13 me impresionó poderosamente, donde se nos relata que u n profeta fu e a tacado por un león al haber sido tentado a retroceder (en contra de la orden expresa de D ios) siendo qu e otro profeta la convence de que D ios así lo quería. T e escribí que no podía volver a Londres. Zarpamos de inmediato.
Algunos meses después, recibí una carta tuya en Georgia, en la cual escribiste palabras a este efecto:
“Aunqu e D ios nunca me había dado un desafío err óneo, sin embargo, quizás, sufrió el dármelo en aquella oportunidad, para probar lo que había en tu corazón”. Yo nunca habría pu blica do esta transacción privada al mundo, si la gloria de D ios no me lla m a ra ha cerlo. Es claro que tomaste un mal desafío aqu í, y justamente, porqu e tenta ste a Dios con tu decisión. Y así creo que es lo mismo en el presente caso. Y si es así, no permitamos que los hijos de Dios que son íntimos amigos tuyos y míos, y que ta m bién promueven la redención universal, crean que esa doctrina es correcta – solo porque la predicas siguiendo u n desafío que viene de Dios.
Esto, creo, puede servir como respuesta a parte del Prefacio de tu sermón impreso, en el cua l dices, “N ada aparte de la más fuerte convicción, de que no solo lo qu e aqu í se expone es la verda d como lo es en
Jesús, sino qu e también estoy indispensablemente obligado a declarar esta verdad a todo el mundo”. El que tú creas que lo que has escrito es la verdad, y que tú honestamente deseas la gloria de Dios al escribirlo, eso no lo dudo ni un momento. Pero enton ces, ho nrado señor, no puedo menos que pensar que has errado al imaginar que estás bajo una ob liga ción ind ispen sab le de tomar una acción, cuando has tentado a Dios, tomando una decisión en la forma que lo hiciste, y mucho menos pu blicar tu sermón contra la doctrina de la predestinación para vida.
D ebo observar ahora, que has hecho tan mal al imprimir siguiendo una garantía imaginaria, com o al elegir tu texto. Honorable señor, ¿como pudo entrar en tu corazón el escoger un texto como Romanos 8 para desaprobar la doctrina de la elección, si se expone tan abiertamente esta doctrina allí? Una vez hablé con un Cuáqu ero sobre este tema, y no encontró otra forma de evadir el argu mento del Apóstol qu e decir: “Creo que Pablo estaba equivocado”. Y otro amigo últimamente, quien estuvo antes muy predispuesto en contra de la elección, ingenuamente confesó que él solía pensar que San Pablo mismo debió haberse equivocado, o que el texto no fue tradu cido apropiadamente.
En verdad, honorable señor, está más allá de toda contradicción que San Pablo, en todo el capítulo 8 de
Romanos, está hablando de los privilegios de aquellos que realmente están en C risto. Y cualquier persona
sin prejuicios, que lea lo que viene antes y después del texto, tendría que confesar que la palabras “todos” se refiere a aqu ellos que están en Cristo. Y la parte final del texto prueba plenamente, lo que, encu entro, el querido Sr. W esley de ninguna manera acepta. Me refiero a la perseverancia final de los hijos de Dios: “El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, [i.e. todos los santos] ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Rom. 8:32). [Él nos dará] gracia, en pa rticular, para perseverar, y cualqu ier cosa necesaria para llevarlos al hogar del reino celestial de nu estro Padre.
¡Algu ien que tenga la intención de probar la doctrina de la elección, así como la perseverancia final, no podría pensar en un texto más apropiado para este propósito que el que tú has escogido para contradecirla! Algu ien que no te conociera pensaría qu e estabas enterado de esto, porqu e después del primer párrafo, me percato que si acaso mencionaste el texto una vez en todo el sermón.
Pero tu discurso, en mi opinión, tiene poco qu e ver con el texto que escogiste, y en vez de envolverme, me confirma más y más en la creencia de la doctrina de la elección eterna de Dios.
N o mencionaré cuán ilógicamente has procedido. Si hubieras escrito con clarida d, ha brías, honorable señor, probado primeramente tu proposición: “La Gracia de D ios es libre para todos”. Y luego a modo de inferencia [debiste] haber exclamado en contra de lo que has llamado el horrible decreto. Pero sabías que la gente (ya que el Arminianismo, abu nda recientemente entre nosotros) está por lo general predispuesta en contra de la doctrina de la reprobación, y así pensaste que manteniendo esta aversión, podría s echar abajo por completo la doctrina de la elección. Porque, sin duda, la doctrina de la elección y la de la reprobación deben sostenerse o caer ju ntas.
Pero pasando por alto esto, y tu definición equivocada de la palabra gracia, y tu falsa definición de la palabra lib re , y qu e deseo ser lo más breve posible, yo reconozco con franqu eza: Creo en la doctrina de la
reprobación, en este sentido, que D ios qu iere da r gracia salvadora, por medio de Jesucristo, solo a cierto

número, y que al resto de la humanidad, después de la caída de Adán, les dejó Dios con toda justicia, continuar en sus pecados, por lo cual de forma justa también, su frirán mu erte eterna que es el pago merecido.
Esta es la doctrina establecida en las Escrituras, y reconocida como tal en el artículo 17 de la Iglesia de
Inglaterra, como el obispo Burnet mismo confiesa. Au nqu e el querido Sr. W esley la niega absolutamente.
P ero las objeciones más importantes que has expresado contra esta doctrina como las razones por la s cuales la rechazas, al considerarlas seriamente, y tratarlas fielmente por la Palabra de D ios, apa recen sin
fuerza algu na. Permítaseme revisar con calma y hu mildad la cuestión, de la manera sigu iente:

Primero, dice que si esto fuera así, (i.e., si existe la elección) entonces toda predicación es vana: no es necesaria para aquellos que son elegidos; porque ellos, sea con predicación o sin ella, serán salvos de manera infalible. Así que el fin de la predicación que es salvar las almas no tiene sentido con ellos. Y es inútil para los que no son elegidos, porque no pueden ser salvos. Ellos, sea con predicación o sin ella, serán condenados. Se impide el fin de la predicación para ellos también. De manera que tanto nuestra predicación como el escuchar es también en vano. Página 10, párrafo 9.
O mi querido señor, ¿qu é clase de razonamiento – o más bien sofisma – es este? ¿N o ha sido Dios, qu ien
ha elegido la salvación para cierto número, el mismo que ha determinado que sea la predicación de la Palabra el medio por el cu al los tra erá a sí? ¿Será que hay quien cree en la elección en otro sentido? Y si fuera así, ¿cómo es que se vuelve innecesaria la predicación a los elegidos, cuando el evangelio está designado por D ios mismo como poder para la salvación eterna de ellos? Y como nosotros no podemos saber quiénes son elegidos y quiénes reprobados, debemos predicar sin discriminación a todos. Porqu e la Palabra puede ser muy útil, incluso a los no-elegidos, al refrenarles de mucha más maldad y pecado. S in em ba rgo, es suficiente razón para mostrar la mayor diligencia en la predicación y escucha, si consideramos que por este medio, algunos, tantos como el Señor ha ordenado a vida eterna, serán vivificados y habilitados para creer. ¿Y quién podrá negar que al escuchar, especialmente con reverencia y cuidado, se encontrará el individuo entre aquel feliz número?

Segundo, dices que la doctrina de la elección y de la reprobación tiende directamente a destruir la santidad, la cual es el fin de todas las ordenanzas de Dios. Porque (según dice el querido Sr. W esley en su error) “quita por completo aquella prim era motivación para continuar, que con tanta frecuencia se propone en las Escrituras. La esperanza de recompensa futura y el tem or a l ca stigo, la esperanza del Cielo, y el miedo al infierno, etc.”
Y o pensaba que alguien qu e lleva la perfección a un punto tan exaltado como lo hace el querido Sr. W esley, debería sa ber que un verdadero amante del Señor Jesucristo luchará por ser santo por el hecho
mismo de ser santo, y trabajará para Cristo por amor y gratitud, sin espera r recom pensas en el cielo, o por temor del infierno. T ú recuerdas, querido señor, lo que dice Scougal, “El amor es la más poderosa motivación que en verdad los mueve”. Pero pasando esto por alto, y reconociendo que las recompensas y los castigos (qu e lo son en realidad) pu eden ser motivos por los cuales un Cristiano puede honestamente desear a ctuar por Dios, ¿cómo destruye la doctrina de la elección estas motivaciones? ¿N o saben los elegidos que entre más buenas obras realicen, más recompensas recibirán? Y ¿no es este estímulo suficiente para causar qu e perseveren trabajando por Cristo? Y ¿cómo es que la doctrina de la elección destruye la santidad? ¿Q uién predica otra doctrina de la elección que aqu ella qu e el apóstol predicó, cuando dijo, “escogidos --- para santificación en el Espíritu? (II T esalonicenses 2:13). ¿N o es la santidad una marca de la elección, según aquellos que la predican? Entonces, ¿cómo podría esta doctrina destruir la santidad?
El ejemplo que traes para ilustrar tu proposición, es ciertamente, qu erido señor, algo imper tinente. Porque tú dices, “Si un enfermo sabe que inevitablemente muere o inevitablemente se recupera, aunque
no sa be cu á l de la s dos cosas, no es razonable tomar medicina alguna”. Querido señor, ¿qué razonamiento a bsurdo es este? ¿has estado enfermo en tu vida? Si es así, no es la mera probabilidad de recu per a ción , u n estímulo para tomar la medicina, aunque sepas que está inalterablemente dispuesto el hecho de que vivas o mu eras? Porque, ¿cómo vas a saber si esa medicina es el medio por el cu a l Dios te dará la recuperación?
D el mismo modo es en la doctrina de la elección. Y o se que está inalterablemente dispuesto (podría decirse) que yo sea salvo o condena do; por qué no luchar, aunque al presente en una forma natural, ya que
no se si este luchar sea el medio por el cual Dios me dará la bendición, para traerme al estado de gracia?
Q uerido señor, considera estas cosas. Haz una aplicación imparcial, y luego juzga qué razón tenías para conclu ir el párrafo 10, página 12, con estas palabras: “Así, esta doctrina tiende directamente a cerrar la
puerta misma de la santidad en general, dificulta a los impíos acercarse, o luchar por entrar”.

“T an directamente”, dices, “esta doctrina tiende a destruir varias ramas particulares de la santidad como la mansedumbre, el amor, etc.”. Diré poco, qu erido señor, en respuesta a este párrafo. ¿Q uizás el querido señor W esley ha estado disputando con algún hombre grosero y estrecho de espíritu que favorece la elección, y entonces infiere que su grosería y estrechez se debía a sus principios? Pero, ¿no conoce el señor W esley mu chos queridos hijos de Dios, que son predestinarios, y que son mansos, piadosos, corteses, de tierno corazón, agradables y de gran espíritu, y qu e anhelan ver al más vil pecador convertido? ¿Y por qué? Porqu e reconocen que Dios los sa lvó a ellos por un acto de su amor selecto, y saben que puede haber elegidos entre aquellos que parecen ser los más abandonados.
Pero querido señor, no debemos juzgar la verdad de los principios en general, ni en particular de este principio de la elección, por la práctica de algunos que los profesan. Si fuera así, estoy segu ro que mucho
podría decirse en contra de los tu yos. P orque yo apelo a tu propio corazón, no has sentido en ti mismo, u observado en otros, estrechez de espíritu y desunión en el alma de aquellos que sostienen la redención universal. S i es así, entonces de acuerdo a tu propia regla, la red ención universal es errónea, porque destruye varias ramas de santidad, tales como: mansedumbre, amor, etc. Pero no he de insistir en esto, ruego qu e tu observes qu e la inferencia que has hecho es enteramente rechazada por la fuerza del argu mento del Apóstol, y el lenguaje que utiliza expresamente en Colosenses 3:12-13: “Vestíos, pues, como escogidos de D ios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de m a nsedu m bre, de paciencia soportándoos unos a otros, y perdonándoos u nos a otros, si algu no tuviere queja contra otro. D e la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.”
Aqu í vemos que el Apóstol los exhorta a la entrañable misericordia, benignida d, hu m ildad de mente, etc., sobre esta consideración: precisamente, porque ellos son elegidos de Dios. Y todos los que han experimentado esta doctrina en sus corazones sienten que estas gracias son los efectos genu inos de haber sido elegidos de Dios.
P ero quizás el querido señor W esley puede errar en este punto, y llamar pasión a lo que sola m ente es celo por las verdades de D ios. Sabes, querido señor, que el Apóstol nos exhorta a “contender ardientemente
por la fe qu e u na vez fu e dada a los santos” (Judas 3). Así que no debes condenar a todos los que parecen celosos por la doctrina de la elección com o si fueran estrechos de espíritu, o perseguidores, solo porque piensan que su deber es oponerse a ti. Estoy seguro, de que te amo entrañablemente en Cristo Jesús, y pienso que hasta daría mi vida por ti, pero aún así, querido señor, no puedo dejar de oponerm e a tu s errores sobre esta importante materia, porque creo que, con calor aunque no maliciosamente, se opone a la verdad que es en Jesús. ¡Q uiera el Señor remover las esca mas de prejuicio de tus ojos y de tu mente para darte un celo de acuerdo con el conocimiento Cristiano!

T ercero, dice tu sermón, “esta doctrina tiende a destru ir el consuelo de la religión, la felicidad del
Cristianismo, etc.”
Pero, ¿cómo sabe esto el señor W esley, si nunca ha creído en la doctrina de la elección? Yo creo qu e quienes hayan experimentado esta doctrina estarán de acuerdo con nuestro artículo 1 7 en qu e “ la piadosa
consideración de la predestinación, y la elección en Cristo, está llena de du lce, agradable e inexpresable consuelo para las persona s pia dosas, y al sentir en ellos mismos la acción del Espíritu de Cristo, mortificando las obras de la carne, y sus miembros terrenales, y lleva ndo sus mentes a las cosas altas y celestiales, así como les establece grandemente y les confirma en su fe de eterna salvación, que se goza en Cristo, porqu e fervientemente muestran su amor a Dios,” etc.,
Esto mu estra plenamente que nuestros piadosos reformadores no pensaban que la doctrina de la elección
destruía la santidad o el consuelo de la religión. Por mi parte, esta doctrina es mi diario soporte. Su cumbiría bajo la a m ena za de m is intentos fluctuantes, si no estuviera persuadido que D ios me ha escogido en Cristo desde antes de la fundación del mundo, y qu e a hora habiéndome llamado eficazmente, no permitirá que nada me arrebate de su todopoderosa mano.
Procediste así: “Es evidente que para todos los que se creen ser reprobados, o sola m ente lo sospechan o lo tem en; todas las grandes y preciosas promesas son perdidas para ellos; no les dan rayo alguno de
consuelo.”
En respuesta a esto, déjame observar que ninguna persona, especialmente ninguno que tenga deseos de salvación, puede saber que él no esté entre el número de los elegidos de Dios. N adie, sino los inconversos,
podrían tener una razón justa para temer esto. Y, ¿daría el querido señor W esley confianza, o intentaría aplicar las preciosas promesas del evangelio, el pan de los hijos, a hombres en su estado natural, mientras continúan así? ¡D ios no lo permita! ¿Q ué problema hay si la doctrina de la elección y la reprobación en verdad produce cierta duda? Lo mismo ocurre con la regeneración. Pero, ¿no es esta duda un medio benigno

para hacer que busquen y se esfu ercen?; y ese esfuerzo, ¿no es un buen medio para confirmarlos en su llamado y hacer segura su elección?
Esta es una razón entre muchas otras por las cuales admiro la doctrina de la elección y estoy convencido
de que debe tener un lugar en el ministerio del evangelio y debe insistirse con fidelidad y cuidado en ella .
T iene una tendencia natural a levantar al alma de su esta do de segu ridad carnal. Y así muchos hombres carnales se levantan contra ella. Mientras que la redención universal es una noción tristemente adaptada para que el alma se mantenga en su condición de letargo somnoliento, y por esto tantos hombres naturales la admiran y la aplauden.
T us párrafos, 13 , 1 4 y 15 vienen a consideración ahora. “El testimonio del Espíritu”, dices, “la experiencia muestra que se obstruye por esta doctrina”.
Pero, querido señor, ¿la experiencia de quiénes? No la tuya propia ; porque en tu travesía, desde tu embarqu e para G eorgia, hasta tu regreso a Londres, pareces admitir que no la tenías, de manera que no eres competente para juzgar en cuanto a esto. D ebes referirte por lo tanto a la experiencia de otros. Porqu e dices en el mismo párrafo, “Aún en aquellos que han saboreado ese don, aunque pronto lo han perdido”, (Supongo que te refieres a que han perdido el sentimiento otra vez) “y caído de nuevo en dudas y temores y oscuridad, aún horribles tinieblas que pueden sentirse, etc. ) Ahora, con respecto a la oscu ridad de la desilusión, ¿no fue este el ca so del mismo Jesucristo, después de haber recibido una unción sin medida del Espíritu Santo?
¿N o fue su alma abrumada con una horrible oscuridad, tanto que se podía sentir cu a ndo en la cruz clamó: “D ios mío, Dios mío, por qué me has desamparado?”
Y que todos sus segu idores son susceptibles a lo mismo, ¿no es evidente en las Escrituras? Porqu e el apóstol dice, “Él fue tentado en todas las cosas como nosotr os” (H ebr. 4:15 ) para que él mismo sea capaz de socorrernos a los que somos tentados (Hebr. 2:18). Y no es esta susceptibilidad entonces consistente con la conformidad de É l a l su frimiento, de lo cu al sus miembros han de participar? (Filip. 3:10) ¿Entonces, cómo puede ser un argu mento contra la doctrina de la elección el hecho de qu e las personas pueden caer en oscuridad, después de haber recibido el testimonio del Espíritu?
“Sin embargo”, dices tú, “muchísimos de los qu e no creen en la elección, en todas partes de la tierra, han disfrutado del testimonio ininterrumpido del Espíritu, la lu z continu a del rostro de D ios, desde el momento en que por primera vez creyeron, por meses y años, hasta este día”. Pero, ¿como sabe esto el Sr. W esley? ¿H a consu ltado la experiencia de muchísimos, en todas parte de la tierra? O, podría estar seguro de lo que ha adelantado sin base suficiente, que es consecuencia de no creer en la doctrina de la elección el que se ma nten ga n en la luz? No, esta doctrina, de acuerdo con los sentimientos de nuestra iglesia: “confirma grandemente y establece u na ver da dera fe Cristiana de eterna salvación por medio de Cristo”, y es ancla de esperanza, seguridad y constancia, al que camina en oscuridad y no ve luz; como de hecho ocurre, aún después de ha ber recibido el testimonio del Espíritu, aunqu e tú u otros inapropiadamente aseguren lo contrario.
Luego, tener respeto al pacto eterno de Dios, y arrojarse en el a m or distintivo de que Dios no cambia, hará que las manos caídas se levanten y que las rodillas débiles se fortalezcan.
Pero sin la creencia en la doctrina de la elección, y la inmutabilidad del amor gratuito de D ios, no veo cómo es posible tener la segu ridad de una salvación eterna. ¿Q ué significaría para un hombre cuya conciencia es verdaderamente desperta da , y al cual se le advierte que debe buscar huir de la ira que vendrá, aunqu e se le a segu re que todos sus pecados pasados están perdonados, y que ahora es un hijo de D ios; si no se cree en la elección, cómo asegurarle que él no se volverá luego hijo del dia blo, y arrojado al infierno? ¿Podría tal seguridad dar alguna sólida, durable seguridad a alguna persona convencida de la corrupción de su corazón y de la malicia y poder de Sata ná s? ¡N o! A quella que verdaderamente merece el nombre de completa seguridad de fe es aquella que pone al creyente bajo el sentido de su interés en un amor particular, para retar a todos sus adversarios, sean hombres o dia blos, qu e intenten destruirle ya sea en el futuro, así como el presente- diciendo como el Apóstol: ¿Quié n a c u s a rá a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió, mas aún, el que también resucitó, el que está sentado a la diestra de Dios, el q u e también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo?
Tribulación, o angustia, o persecución, o peligro o espada? C o m o está escrito, Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas somos más que vencedores por medio de aquél que nos amó. Por tanto estoy persuadido, que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna cosa crea da, nos podrá sep arar del am or de D ios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos 8:33-
39)

Este, querido señor, es el lengu aje de cada alma que ha obtenido completa seguridad en la fe. Y esta seguridad solo puede surgir de una creencia en el amor electivo de D ios. E l qu e m u chos tengan una seguridad de estar en Cristo en el presente, pero no piensan o no están segu ros de poseerla mañana – o por la eternidad – es más bien una imperfección y su infelicidad y no un privilegio. Yo ruego a Dios que les traiga un sentido de su amor eterno, pa ra que dejen de construir sobre la base de su propia fidelidad, y lo hagan en base a la irrevocabilidad de los dones y del llamamiento de Dios, que no se a rrepiente. Porque aqu ellos que una vez fueron justificados, serán también glorificados.
Mencioné antes, qu erido señor, que no es regla segu ra juzgar la verdad de los principios por la práctica de la gente. Y así, suponer que todos los que sostienen la r e d e n c ió n universal de la forma que la explicas, después de haber recibido la fe, disfruten de una vista continua e ininterrumpida del rostro de D ios, no por eso se deduce que esto es fruto de este principio. Porqu e m á s bien estoy segu ro de que esto tiende a mantenerlos en la oscuridad para siempre, ya que se le enseña que el mantenerse en el estado de salvación se debe a su propio libre albedrío. Y ¿qué arenoso fundamento es ese para una pobre criatura que ponga sus esperanzas de perseverancia en esto? C a da caída en pecado, cada tentación sorpresiva, debe arrojarle en du das y temores, en horrible oscuridad, oscuridad que se puede sentir.
D e ahí que las cartas que recibo de aquellos que creen en la redención universal sean tan faltas de vida,
secas e incon sistentes, en comparación con las de aquellos del lado contrario. Aquellos que se adhieren al esqu ema universal, aunque comienzan por el Espíritu, (aunque digan lo contra rio), terminan en la carne, construyendo una justicia fu nda da en su propio libre albedrío: mientras que los otros triunfan en la esperanza de la gloria de Dios, y con struyen sobre la promesa infalible de Dios cuyo amor nunca cambia, aún cuando el sentimiento de la presencia de Dios les sea quitado.
Pero no voy a juzgar la verdad de la elección por la experiencia de ninguna persona en pa rticu la r: si lo
hiciera (sopórtame en esta tontería de jactancia) creo que yo mismo me gloriaría en la elección. P orque por estos cinco o seis años he recibido el testimonio del Espíritu de Dios; desde que, bendito sea Dios, no he dudado ni un cuarto de hora de tener mi interés en Cristo Jesús: pero con dolor y hum ilde vergü enza debo reconocer, que he caído en pecado con frecuencia desde eso. Aunque yo – yo no me atrevo- a excusar ninguna transgresión, aunque se que no seré capa z en este mundo de vivir un solo día perfectamente libre de defectos y pecados. Y como las Escrituras declaran que no hay justo ni aún uno en la tierra (no, ni siqu iera entre los más maduros en la gracia) que solo haga el bien y nunca peque (Ecl. 7:20), sabemos qu e este será el caso de todos los hijos de D ios.
La experiencia universal y el reconocimiento de esto entre los piadosos en cada época es abu ndante y
suficiente para refutar el error de aquellos que se sostienen en sentido absolu to que después que un hombre nace de nuevo no puede cometer pecado. Especialmente porque el Espíritu Santo condena a las persona s que dicen no tener pecado, engañándose a sí mismas, y estando desprovista s de la verda d, haciendo a Dios mentiroso. (I Juan 1:8-10). T ambién he estado en toda suerte de tentaciones, y espero estarlo con frecuencia hasta que muera. Así como lo estuvieron los apóstoles y los cristianos primitivos. Así fue Lutero, aqu él hombre de Dios, quien, hasta donde yo se, no se aferraba a la elección; y el gran John Arndt quien estuvo en gran perplejidad, incluso poco antes de su muerte, y él tampoco era predestinario.
Y si he de hablar con libertad, creo que tu lucha tan acérrima contra la doctrina de la elección y tu apego vehemente hacia una vida de perfección sin pecado, son las razones por las cuales no disfrutas de la libertad
del evangelio, de la plena seguridad de la fe de aquellos que sí prueban día a día el amor eterno con que los elegidos de Dios son amados.
Pero quizás podrías decir, qu e L utero y Arndt no eran Cristianos, o cristianos débiles. Yo se que tú
consideras mal a Abraham, aunque él fue llamado el amigo de D ios: y, creo, también piensas mal de David, el hombre con un corazón conforme a D ios. N o es sorpresa, pu es, que en una carta que me enviaste no hace mucho, me decías que ningú n escritor Bautista o Presbiteriano qu e habías leído, sostenía las tales libertades de Cristo o cosas por el estilo. ¿Q ué? ¿N i Bunyan, H enry, Flavel, H alyburton, ni ningu no de los doctores Ingleses o Escoceses? Mira, querido señor, qué estrecheces y faltas de ca rida d surgen de tus principios, de manera que no sigas vociferando más en contra de la elección sobre el supuesto de que es “destructivo para la mansedumbre y el amor”.

Cuarto, procederé ahora con otra mentalidad. El querido señor W esley dice: “Q ué incómodo pensamiento es este, que miles y millones de hombres, sin ninguna ofensa previa, sean condenados al fuego eterno”.
Pero ¿quién ha afirmado, que miles y m illones de hombres sin ofensa de su previa, sean condenados?
Los que creemos en la condenación de los hombres, también creemos, qu e Dios los mira com o hombres
caídos en Adán. El decreto que ordena castigo para los descendientes de Adán, ¿no corresponde al merecido

castigo por el crimen cometido? ¿Cómo dices que sean condenados sin ofensa previa? Seguramente el señor W esley no objetará la justicia de D ios al impu tar el peca do de A dán a su posteridad. Y también, despu és de la caída de Adán, y de su posteridad en él, D ios podría haberlos abandonado a todos, y no haber enviado a Su propio H ijo a qu e salvara a nadie. Si no creyeras esto, estarías negando el pecado original. Pero si reconoces estas verdades, entenderás que la doctrina de la elección y la reprobación son ju stas y razonables. Porque si Dios habiendo imputado el pecado de Adán a todos, justamente podría haberlos dejado a todos en su peca do , ento nces también justamente podría haber dejado a algunos. Sea que vires a la izquierda o a la derecha, queda s reducido a un dilema. Y , si has de ser consistente, tendrás que hacer una de dos cosas: o abandonar la doctrina de la imputación del pecado de Adán, o recibir la doctrina de la elección por gracia, con la parte de la santa y justa reprobación como consecuencia. Porque, ya sea que lo creas o no, la Palabra de Dios se mantiene fiel: “Los elegidos lo han alcanzado, y el resto fue cegado” (Romanos 11:7)
T u párrafo 17, página 16, lo omito. Lo que se ha dicho del noveno y décimo párrafo, con poca alteración, lo contestará. Solo diré que, es la doctrina de la elección lo que me impu lsa m á s a a bu ndar en
buenas obras. Estoy dispuesto a soportarlo todo por amor de los escogidos. Esto me hace predicar con confianza, porque yo se que la salvación no depende del libre albedrío del hombre, sino de D ios que actuará en el día de Su poder, y podrá utilizarme para traer algunos de sus elegidos al hogar, cuando Él así lo quiera.

Pero, qu into, dices, “Esta doctrina tiene una tendencia directa a prescindir de la religión Cristiana”. Porqu e, según dices, “al suponer que por un decreto eterno e inmutable, una parte de la humanidad será salvada , entonces la revelación cristiana no sería necesaria”. Pero, querido señor, ¿cómo llegas a esta conclusión? La revelación cristiana es el diseño de D ios para que su iglesia sea salvada por la muerte de su Hijo. Sí, en el pacto eterno está establecido que la salvación sea aplicada a los elegidos por medio del conocimiento y la fe en Él. Como dice el profeta Isaías 53:11, “Por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos”.
¿Cómo entonces tiene la doctrina de la elección una tendencia a desechar la revelación cristiana? ¿Q uién ha creído que la declaración que Dios hizo a Noé, de que la época de la siembra y la cosecha no cesarían,
daría un argumento para que fuésemos negligentes para arar y recoger? O ¿que el propósito inmutable de D ios, de que la siega no cesara, haría menoscabo al calor del sol, o a la influencia de los cuerpos celestiales para suponer que son innecesarios para producirla? Del mismo modo, el propósito absoluto de Dios de salvar a los elegidos, no elimina la necesidad de la revelación del eva ngelio, o el uso de los medios por los cuales él ha determinado que aqu él decreto será efectivo. Nunca el correcto entendimiento, o la reverente creencia en el decreto de Dios, debe permitir a un Cristiano en ningú n caso, separar los medios del fin, o el fin de los medios.
Y como somos enseñados por la revelación misma que este es el m edio por el cual Dios trae a sus escogidos, lo recibimos con gozo, lo apreciamos altamente, y lo usamos con fe, y nos damos a la tarea de
esparcir por todo el mundo el evangelio, en la plena seguridad de que donde quiera que D ios nos envíe, tarde o temprano, será para salvación y utilidad de los escogidos que serán llamados.

¿ C óm o pu es, al abrazar esta doctrina, vamos a unirnos a los modernos incrédulos en hacer al Cristianism o innecesario? No, querido señor, cometes un error. L os infieles de todas clases están de tu lado en esta cuestión. Deístas, Arrianos y Socinianos, todos acusan la soberanía de Dios y defienden la redención universal. ¡Pido a Dios que el sermón del querido señor W esley, a u nqu e ha lastimado los corazones de muchos hijos de Dios, no sirva para darle fuerza a sus más acérrimos enemigos!
Aqu í podría casi recostarme y llorar. “No lo digáis en Gad, no lo publiquéis en las calles de Ascalón;
para que las hijas de los Filisteos no se reg ocijen, para que no triunfen las hijas de los incircu ncisos” (II Samuel 1:20)
Más adelante, dices, “Esta doctrina hace que la revelación se contradiga”. Por ejemplo, dices, “Los que
defienden esta doctrina interpretan el texto de la Escritura, a Jacob amé, mas a Esaú aborrecí, como si D ios, en un sentido literal, aborreciera a Esaú y a todos los réprobos por la eternida d” Pero, al considerarlos a ambos caídos en Adán, ¿no era n a m bos objetos de su odio? Y ¿no podría Dios de su beneplácito, amar y mostrar misericordia a Jacob y a los elegidos – sin esto ser injusto para los reprobados? Pero dices, “D ios es amor”. ¿Y piensas que Dios no puede ser amor, a menos que muestre misericordia a todos?
D e nuevo, dices, querido señor W esley, “Infieren de ese texto, 'tendré misericordia del que yo tenga
m isericordia', que Dios es misericordioso solo con algunos, es decir con los escogidos; y que ha tenido misericordia solo de ellos, siendo esto contrario a todo el tenor de las Escrituras, como se expresa: 'El Señor es amoroso con todos, y su misericordia sobre todas sus obras'”.

Y reconozco que así es, per o no de su misericordia salvadora. D ios tiene amor con todos: Él envía la lluvia sobre buenos y malos. Pero dices, “D ios no hace a cepción de personas” (H echos 10:34). ¡N o! Para todos, sean Judíos o G entiles, el que cree en Jesús, y hace justicia , es aceptado en él. “Pero el que cree no será condenado” (Marcos 16:16). Porque Dios no hace acepción de personas, sobre la base de su condición externa o las circunstancias en la vida, cualesquiera que sean; ni la doctrina de la elección supone que lo haga así. Pero como Señor soberano de todo, y que no le debe nada a nadie, tiene el derecho de hacer lo que quiere con lo que es suyo, y dispensar sus favores a los objetos que él mira, basado en su beneplácito. Y su supremo derecho está claramente y firmemente expu esto en a qu ellos pasajes de la Escritura, donde dice, “Moisés, tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me com pa dezca” (Rom. 9:15, Exod. 33:19)
Sigu iendo en el texto, “los niño s no habían nacido aún, ni habían h e c h o n i bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por obras, sino por el que llama; le fue dicho a ella [Rebeca], el mayor servirá al menor” (Rom 9:11-12) – T ú nos representas como si la predestinación para vida no depende del conocimiento de D ios. Pero ¿qu ién infiere esto, qu erido Señor? Porqu e si el conocimiento previo significa aprobación, como resulta en varias partes de la Escritura, entonces confesa m os que la predestinación y la elección sí dependen del conocimiento previo de Dios. Pero si por conocimiento previo (presciencia) tú entiendes que D ios ha mirado de antemano alguna buena obra hecha por sus criaturas y sobre esto ha basado o tenido u na ra zón para apartarlos y escogerlos, entonces decimos qu e en tal sentido la predestinación no depende del conocimiento previo de D ios.
Pero te referí, al inicio de esta carta, a l Dr. Edwards que escribió Veritas Redu x, lo cual también te recomendé en una carta anterior, con Elisha Coles sobre La Soberanía de Dios. Por favor léelos, y también los excelentes sermones de Mr. Cooper de Boston en Nueva Inglaterra (los cuales también te mandé) y no dudo que verás todas tus objeciones contestadas. A u nq u e he de observar, que después de todas nuestras lecturas en ambos lados de la cuestión, nu nca seremos en esta vida capaces de inquirir en los decretos de D ios de forma perfecta. No, debemos con hu m ilda d adorar lo que no podemos comprender, y con el gran Apóstol al fin de todas nu estras investigaciones clamar, “O h profundidad de las riquezas y de la sabiduría de Dios, cuán insondables son tus juicios, e inescrutables tus cam inos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿o quién fue su consejero? (Rom . 11:3 3-3 4) – o con nuestro Señor, cuando a d m iraba la soberanía de Dios. “Sí Padre, porque así te agradó” (Mateo 11:26)
Sin embargo, debe tomarse nota de que esos textos: “El Señor es paciente... no queriendo que ninguno perezca sino que todos procesan al arrepentim iento” (II Pedro 3:9) y “No m e com plazco de la m uerte del
im pío; sino que el im pío se vuelva de su cam ino y viva” (Ezeq. 33:11) – y otros así – deban ser tomados en sentido estricto, pu es si no, nadie se perdería.
Pero aquí hay una distinción. D ios no halla placer en la muerte de los pecadores, como para deleitarse
sim plemente en su muerte; pero Él se complace en su justicia, al infringir el castigo que sus iniq u ida des merecen. Como un juez justo que no se com place en condenar al criminal, pero aún así con justicia ordena qu e sea ejecutado, la ley y la justicia deben ambas ser satisfechas, aunque esté en su poder evitarlo.
Sugiero además, que inju sta m ente cargas a la doctrina de la reprobación con blasfemia, porque la doctrina de la redención universal, como la expones, causa gran afrenta a la dignidad del Hijo de D ios, y al mérito de su sangre. Considera si no es blasfemia decir que Cristo no solo mu rió por los salvados, sino también por los qu e se pierden.
El texto que has aplicado m a l pa ra esto lo explicó mu y bien Ridgely, Edwards, Henry; y no respondo yo mismo a esto para obligarte a leer esos tra ta dos, los cuales, Dios mediante, te mostrarán tu error. No
puedes ha cer tal afirmación a menos que llegues a afirmar (como el Moravo Peter Bohler, tuvo que llegar a afirmar, para sostener la redención universal) que finalmente todas las almas serán salvadas del infierno. N o creo que sea eso lo que afirmas. Y sin embargo puede probarse que la redención universal, tom ada en sentido literal, cae por su peso. Porque, ¿como puede ser que él haya muerto por todos y todos no sean salvos?
Q uerido señor, por el amor de Cristo, considera el deshonor que haces al negar la doctrina de la elección.
H as dicho abiertamente que la salvación depende de la gracia libre de D ios, pero en base al libre albedrío humano. Si es así, es muy que probable, que Jesucristo no habría visto nunca el fruto de su muerte en eterna salvación para una sola alma. Nuestra predicación sería en vano, y todas las invitaciones pa ra qu e las personas crean serían en vano.
Pero, bendito sea Dios, nu estro Señor sabía por quiénes moría. Había un pa cto eterno entre el Padre y el Hijo. Le fue dado al Hijo un número de ovejas que le son dadas en recompensa de su muerte. Por estas

oveja s oró (Juan 17:9), y no por todo el mundo. Por los escogidos, y solo por ellos, Él intercede por ellos, y con la salvación de ellos Él está plenamente satisfecho de su labor.
O mito, a propósito hacer anotación alguna con respecto a ciertas páginas de tu sermón. En verdad, si
tu nombre no hubiera dado fe que escribiste tal sermón, no podría pensar que serías el autor de tal sofism a.
Q uerido, querido señor, ¡no te ofendas! Por el amor de Cristo, ¡no seas áspero! Dedícate a leer. Estudia el pacto de gracia. Deja ese razonamiento carnal. Hazte como un niño; y entonces, en vez de empeñar tu salvación, como lo has hecho en el último himnario, si la doctrina de la redención universal, no es cierta; en vez de hablar de perfección sin mácula, como lo pones en el prefacio del himnario, y hacer que la salvación dependa del libre albedrío del pecador, como lo has hecho en este sermón; com pondrá s himnos que alaben el amor sobera no y distintivo de Dios. Advertirás a los creyentes para que no procuren la perfección confiando en sus cora zones, y imprimirás otro sermón contrario a este, y le pondrás por título “G racia libre, de verdad”. Libre, no porque sea para todos sin excepción, sino libre, porque Dios puede otorgarla a quien Él quiera.
H asta que hagas esto, dudaré si te conoces a ti mismo. Mientr a s ta nto , debo culparte porque censuras al clero de nuestra iglesia de que ellos no cumplen los artículos de la fe, y tú m ism o a l sostener tus principios, positivamente niegas los artículos 9, 10 y 11.
Q uerido señor, estas cosas no deben ser así. Dios conoce mi corazón, como te dije a ntes, vu elvo a declarártelo, me veo forzado a escribir esta carta solamente por el honor de Cristo. Yo te honro y amo por su ca u sa ; y cuando hubiera de juzgarte, agradezco delante de los hombres y los ángeles, el bien que ha s hecho a mi alma, bajo el amparo de Dios.
Así, estoy persuadido, de que veré al querido señor W esley convencido de la elección y el a m or eterno de Dios. Y con frecuencia me lleno de alegría al pensa r qu e he de verte quitarte tu corona y postrarte a los
pies del C ordero, y tal vez con un santo rubor por haberte opuesto a la soberanía divina de la manera que lo has hecho.
Pero espero que el Señor te mostrará esto antes de que llegues allá. ¡O h, cómo deseo ver ese día! Si el
Señor quisiera hacer uso de esta carta para ese propósito, habría abundante gozo en mi corazón, querido y honrado señor.

T u allegado, aunque indigno hermano y siervo en Cristo, G eorge W hitefield.
Traducido por Alexander León
Sa n José, Costa Rica

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