jueves, 3 de marzo de 2011

¿QUE ES LEGALISMO?

¿Qué es el legalismo?


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Antes de pasar a responder esta pregunta, debo hacer algunas aclaraciones sumamente importantes, no vaya a ser que por tirar el agua sucia de la bañera, tiremos también al niño que está dentro.

1. Preocuparnos por nuestra santidad personal no es legalismo:

La Biblia enseña claramente que aquellos a quienes Dios justifica también los santifica, y que todo creyente tiene una responsabilidad personal en el avance de ese proceso de santificación en su vida.

“Así que, amados, pues que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2Cor. 7:1).

“Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Rom. 8:13).

Comp. Col. 3:5ss. El NT insiste en esto una y otra vez; el creyente tiene una responsabilidad en el proceso de santificación, pero ese tampoco es mi foco de atención en esta mañana.

2. Tomar en serio la ley moral de Dios, los 10 mandamientos, como norma de vida para el cristiano, tampoco es en sí mismo legalismo:

Si bien la ley moral ya no nos condena, porque Cristo pagó por nuestros pecados, como vimos en el sermón anterior, esa ley continúa siendo la norma moral por la cual debemos guiarnos. Dios no nos ha dejado a expensas de nuestros propios criterios para distinguir el bien y el mal (comp. Rom. 13:8-10).

La ley moral de Dios no es una camisa de fuerza que nos impide ser libres, sino el camino trazado por un Dios amante para que andemos en libertad (comp. Sal. 119:44-45, 47-48; Rom. 7:22 – comp. vers. 7; Jer. 31:31-34 comp. He. 8:8-12).

3. Restringir mi propia libertad por amor a Dios y por el cuidado de mi alma, tampoco es legalismo:

Comp. 1Cor. 6:12; 9:24-27.

¿QUE ES, ENTONCES EL LEGALISMO?

En una forma muy sencilla, podemos decir que es el intento de ganar el favor de Dios a través de nuestra obediencia; ya sea que lo hagamos tratando de obedecer los mandamientos de Dios o un conjunto de reglas inventadas por los hombres.

El punto clave del legalismo es que no descansa en la obra de Cristo para que seamos aceptados por Dios o para ser bendecidos por Él, sino en nuestra propia conformidad a un estándar de conducta previamente establecido.

Mientras el evangelio nos mueve a la obediencia por el hecho de haber sido aceptados por Dios de pura gracia, el legalismo nos dice que debemos obedecer para ser aceptados. En el evangelio la aceptación viene primero y la obediencia después; en el legalismo la obediencia viene primero para poder alcanzar la aceptación, ya sea delante de Dios, delante de la gente o delante de ti mismo.

Todo gira en torno a lo que hacemos o a lo que dejamos de hacer. “Si puedo cumplir las reglas, si puedo mantener el estándar, Dios me va a bendecir”. Eso es legalismo. Todo depende de ti: de tu obediencia, de tu esfuerzo personal, de tu compromiso, de tus méritos.

Es precisamente por eso el legalismo puede ser tan atractivo para muchas personas, porque apela al orgullo humano. “Yo soy más meritorio, porque me estoy esforzando más”.

Sin la gracia de Dios nosotros somos menos que nada. Es por eso que el evangelio resulta tan odioso al hombre natural, porque nos recuerda lo que nosotros no queremos aceptar: somos pecadores, somos impotentes, dependemos enteramente de la gracia de Dios en Cristo (Rom. 3:27-28).

¿Ven cómo Pablo contrapone aquí el evangelio con la jactancia humana? Es lo mismo que encontramos en Ef. 2:8-9. “¿Qué tengo que hacer para ser salvo?” Confiar únicamente en los méritos de Cristo. “Y ahora que soy cristiano, ¿qué debo hacer para ser bendecido por Dios?” Seguir amparándote en los méritos de Cristo.

Los evangélicos estamos claros en la primera pregunta, pero no siempre estamos tan claros en la segunda. Sabemos que fuimos salvos por gracia, pero muchas veces procuramos ser bendecidos por obras (comp. Gal. 3:1-5).

Todo beneficio que recibimos de la mano de Dios lo recibimos únicamente por los méritos de Él, no por los nuestros (Fil. 3:7-9). Es por eso que en todas sus cartas, y eso es algo que vemos claramente en su carta a los Colosenses, Pablo insiste en el uso de la frase “en Él”, “en Cristo”. Nosotros estamos completos en Él, fuimos circuncidados, vivificados, perdonados y libertados por Él.

No es por tu bondad que vas a ser bendecido, ni por tu decencia, ni por tu esfuerzo por guardar los mandamientos de Dios, y mucho menos por someterte a un conjunto de reglas inventadas por los hombres. Es únicamente por Cristo.

Y, por favor, no me mal entiendan: el cristianismo promueve un elevado estándar moral (comp. Mt. 5:20). Pero en el cristianismo la santidad es un resultado no una causa. Podemos ser santos porque hemos sido salvados. La salvación viene primero, el buen comportamiento después.

Y ese comportamiento no es meritorio. Ningún comportamiento, por bueno que sea, logrará que merezcas el favor de Dios. Es por gracia de principio a fin (comp. 1Cor. 1:30-31; 4:7).

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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