¿Promueve la Biblia el misticismo?
No suelo hacer alusión a los mensajes que exponemos los domingos en nuestra iglesia, pero esta vez voy a hacer una excepción por la importancia del tema.
Desde hace ya varias semanas hemos estado exponiendo la carta a los Colosenses, y este domingo pasado nos tocó exponer los vers. 18 al 19 donde Pablo advierte a estos creyentes contra las enseñanzas que los falsos maestros estaban tratando de introducir en la iglesia. Uno de los aspectos de esa enseñanza tenía que ver precisamente con el misticismo.
¿Qué es el misticismo? En una forma sencilla podemos definirlo como la búsqueda de una experiencia religiosa más profunda, a través de una comunicación directa e inmediata con Dios, poniendo a un lado el intelecto y descansando más bien en la intuición y en la iluminación interior (basándose en Jn. 1:9, muchos místicos insisten en que debemos buscar en nuestro interior la luz divina que todos llevamos dentro).
Uno de los padres del misticismo en el siglo V, lo explicó de esta manera: Debemos “dejar atrás los sentidos y la operación del intelecto a través de una auto negación pura y total, para entrar en la radiante y superesencial Tiniebla Divina” (Pseudo Dionisio el Aeropagita).
Y en otro lugar dice que cuando el espíritu se despoja de todo lo que ve y puede ser visto, “penetra… en las misteriosas Tinieblas del no-saber. Allí, renunciando a todo lo que pueda la mente concebir, abismado totalmente en lo que no percibe ni comprende, se abandona por completo en aquel que está más allá de todo ser”.
Un místico más contemporáneo, Vladimir Lossky, quien murió en 1958, dice algo similar en otras palabras: “Es necesario renunciar tanto a los sentidos como a toda labor de la razón, todo aquello que pueda ser conocido por los sentidos del entendimiento… para que podamos ser capaces de unirnos, en perfecta ignorancia, con Aquel que trasciende todo ser y todo conocimiento”.
Noten cómo estos dos místicos, uno del siglo V y otro del siglo XX, insisten en lo mismo: debemos tratar de alcanzar una unión mística con Dios, dejando a un lado nuestro intelecto.
Es por eso que muchos místicos recurren al uso de mantras (que no es otra cosa que la repetición de ciertas palabras, sonidos o frases), para vaciar la mente de todo pensamiento concreto y así tener una especie de experiencia mística con Dios que, como bien ha dicho alguien, en el mejor de los casos no es otra cosa que un trance auto hipnótico, y en el peor una experiencia demoníaca.
¿Qué nos enseña la Biblia al respecto? Por un lado, la Biblia nos enseña claramente que ningún hombre puede acercarse a Dios de manera directa o inmediata. Nosotros necesitamos un Mediador para acercarnos a Él, y ese Mediador no es otro que Su propio Hijo, nuestro Señor Jesucristo (comp. 1Tim. 2:5 – es por eso que oramos en el nombre de Cristo).
Por otra parte, cuando Dios se comunica con nosotros hoy lo hace a través de Su Palabra, no a través de una iluminación interior. Y una vez más, el Mediador de esa Palabra sigue siendo nuestro Señor Jesucristo (comp. He. 1:1-2).
Ahora bien, si Dios se comunica con el hombre a través de una revelación escrita, la Biblia, es obvio que nuestro intelecto juega un papel de suprema importancia en nuestra relación con Él, ya que es por medio de la mente que nosotros podemos entender Su Palabra (comp. Mt. 22:34-37; Rom. 12:1-2; 2Tim. 2:7; Col. 1:9-10; Ef. 5:15-17).
Es imposible que podamos cultivar nuestra relación con Dios poniendo a un lado las Escrituras y poniendo a un lado nuestro intelecto. Pero eso es exactamente lo que propone el misticismo.
Y es contra un peligro similar a este que Pablo nos advierte en este pasaje de la carta a los Colosenses. Estos falsos maestros pretendían haber alcanzado una unión mística con Dios que estos cristianos desconocían.
Pero ya hablaremos un poco más de esto en el próximo post. Si desean escuchar el mensaje del domingo pasado, pueden hacerlo aquí.
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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