El síndrome es descrito en una forma memorable en el cap. 15 del evangelio de Lucas, en la parábola comúnmente conocida como “El hijo pródigo”. Lo primero que debemos notar en este pasaje es que esta parábola fue dirigida primariamente a los escribas y fariseos, los máximos representantes del legalismo en aquellos días (comp. Lc. 15:1-3).
La historia es muy familiar. El hijo más joven de la familia pide a su padre que le de la parte de la herencia que le corresponde. El padre accede, y este joven insensato desperdicia sus bienes, hasta que se ve sumido en una gran necesidad. Pero de repente recapacita y decide volver a casa de su padre a pedirle que lo emplee como uno de sus jornaleros. El padre lo ve de lejos, corre hacia él, y antes de que el joven pueda pronunciar el discurso que ha ensayado, el padre decide hacer una fiesta por todo lo alto, en honor de su hijo que ha regresado.
Pero hay otro hijo en la historia que muchas veces pasamos por alto, a pesar de ser un personaje protagónico, el hermano mayor, el que había vivido una vida ordenada y obediente.
Cuando este hermano llega del campo y ve que se estaba celebrando una fiesta en honor a su hermano descarriado que ha regresado a casa, en vez de alegrarse se enoja profundamente. El padre sale entonces a rogarle para que entrara a la fiesta, pero él se negó rotundamente:
“He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo”.
Aquí está el síndrome del hermano mayor: “Yo he obedecido las reglas, pero no he recibido nada a cambio”. Como dice Timothy Keller, en su excelente libro The Prodigal God (“El Dios pródigo”): Aquellos que son como este hermano mayor, “creen que si viven una vida buena van a obtener a cambio una buena vida”. Ellos no obedecen a Dios por amor a Dios, sino por lo que pueden obtener de Él a cambio de su obediencia.
Si algo queda claro en esta parábola es que el hermano mayor no amaba realmente a su padre. Si lo hubiera amado se hubiera gozado con él al haber recibido a su hijo de vuelta. Pero su enojo reveló lo que había en su corazón.
Como dice T. Keller: “Al final de la historia, el hermano mayor tuvo una oportunidad de agradar verdaderamente a su padre participando de la fiesta. Pero su resentido rechazo mostró que la alegría de su padre no era su objetivo”.
Y luego añade: “Si al igual que el hermano mayor, tu procuras controlar a Dios a través de tu obediencia, entonces toda tu moralidad no es otra cosa que una manera de usar a Dios para que te de las cosas de esta vida que tu realmente quieres”.
Este otro hijo era un legalista, y el legalista cree que puede controlar a Dios: “Si hago esto o aquello, Dios hará esto y lo otro”. “Su obediencia está orientada hacia los resultados” (Keller). “Me estoy portando bien, Señor, así que espero que me trates bien”.
Pero la vida no funciona así. Y cuando las cosas no salen como el legalista esperaba, entonces se molesta profundamente por la injusticia que se ha cometido en su contra.
Esa fue la acusación del hermano mayor contra su padre. “Tú has sido injusto conmigo. Mira todo lo que he hecho en obediencia a ti, y ¿qué es lo que he recibido a cambio?” Por eso es que nunca encontraremos a un legalista feliz, como escuché a alguien decir en cierta ocasión. El legalismo produce un cristianismo sin gozo y quejumbroso.
Y la única manera en que podemos librarnos de ese síndrome, que ataca también a los cristianos, es recodar continuamente que todo lo que recibimos de la mano de Dios lo recibimos de pura gracia, y todo en virtud de los méritos de Cristo.
Mucha gente tiende a pensar que la antítesis del legalismo es el liberalismo. Por tal razón, cuando hablas en contra de uno de estos extremos, muchos presuponen que debes estar en el otro.
Sin embargo, estos dos hermanos, el menor y el mayor, representaban esos dos extremos, y los dos estaban igualmente perdidos. Esas no son las únicas dos opciones que hay.
Si queremos darle un golpe mortal al legalismo, el arma que debemos usar no es el liberalismo, sino el evangelio. Solo un entendimiento del evangelio de la gracia de Dios en Cristo puede mantener a raya el avance del legalismo en nuestros corazones y en la iglesia.
por: SUGEL MICHELEN
Pastor Iglesia Biblica de Nuestro Señor Jesucristo
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