por Dr. R. L. Hymers, Jr.
Un sermón predicado en el Tabernáculo Bautista de los Ángeles
La Mañana del Día del Señor, 3 de Enero de 2010
Vivimos en tiempos extraños – extraños políticamente, extraños económicamente, extraños espiritualmente. En América y Europa, no hay nada más extraño que los temas que escuchamos en los púlpitos de las iglesias evangélicas y fundamentales hoy. Hay estudios Bíblicos sobre el matrimonio, estudios Bíblicos sobre el cortejo, estudios Bíblicos sobre la crianza de los hijos, estudios Bíblicos de cómo superar la depresión, estudios Bíblicos de cómo tener éxito en la vida Cristiana, estudios Bíblicos sobre cómo ser próspero económicamente, estudios Bíblicos de como criar niños Cristianos(?), estudios Bíblicos sobre los libros de la Biblia, y estudios Bíblicos sobre los capítulos de la Biblia. ¡Estos temas han sido repasados por tantos predicadores, por tantas décadas, que la mayoría de los pastores creen que es normal enseñar estos temas año tras año!
¡Pero yo digo que mucha de la predicación en nuestras iglesias está fuera de lugar, confusa, no enfocada y, en su mayor parte, no ayuda a nadie – es sólo un revoltijo de palabras para rellenar el período de treinta minutos el Domingo por la mañana!
Ahora, entonces, ésta es una acusación muy seria que estoy haciendo en contra de la predicación “moderna” en nuestras iglesias hoy en día. Pero estoy dispuesto a respaldar dicha acusación – por experiencia personal, y por el Nuevo Testamento.
Tomemos el Libro de Los Hechos. ¿Dónde en el Libro de Los Hechos se halla registrado algún sermón sobre los temas que he mencionado? No encuentro ningún sermón registrado sobre el matrimonio, ninguno sobre el cortejo, ninguno sobre la crianza de los hijos, ninguno en cómo vencer la depresión, ninguno en cómo tener éxito “en la vida Cristiana” (¡o cualquier otra vida en cualquier caso!), ninguno en cómo prosperar económicamente, ninguno en cómo criar “niños Cristianos(?)”, ninguno sobre los libros de la Biblia, ninguno sobre los capítulos de la Biblia, ¡ni una sola exposición de la Biblia verso a verso! ¡Ninguno de estos eran los temas de los sermones de los Apóstoles, registrados en el Libro de Los Hechos! ¡Ahora, si me equivoco, por favor corríjanme! Por favor escríbanme a P. O. Box 15308, Los Angeles, CA 90015. Por favor corríjanme, y convénzanme con los sermones registrados en el libro de Los Hechos, si estoy equivocado. Si no oigo de ti, voy a continuar diciendo lo que acabas de escuchar – ¡la predicación en nuestras iglesias es errónea, desordenada, confusa, inútil y la mayoría es una pérdida de tiempo! ¿Por qué? ¡Porque está fuera de lugar, no está enfocada en el tema que Dios quiere que hagamos central en nuestra predicación!
Cuando nuestra gente va de vacaciones, y asiste a otras iglesias que creen la Biblia, siempre regresa desilucionada. Una vez más, han escuchado un “estudio Bíblico” de motivación. Una vez más, no han escuchado un sermón sobre el tema que los predicadores modernos evitan como la peste. ¡Oh, esos predicadores modernos suelen decir una o dos palabras confusas al respecto, pero nunca predican sermones completos al respecto! ¿Cuál es este tema que evitan? ¿Y por qué lo evitan? Las respuestas a esas preguntas serán dadas en este sermón.
¡Pero aún no les he dado el texto! Leámoslo de pie. Es en I Corintios 1:23. Por favor lean en voz alta las seis primeras palabras de I Corintios 1:23.
“Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado”
(I Corintios 1:23).
¡Ellos no predican a Cristo crucificado! Si lo hacen, ¡por favor díganme cuando lo hacen, y quién lo hace! Yo digo que ellos no predican a Cristo crucificado. ¡Pero sea lo que sea que ellos predican en estos días de la apostasía, no debemos copiarlos! Siempre debemos pararnos con el Apóstol Pablo y decir:
“Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado”
(I Corintios 1:23).
Veamos ese texto palabra por palabra esta mañana, porque da el mero corazón del mensaje principal del Nuevo Testamento.
“Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado”
(I Corintios 1:23).
I. Primero, “Pero nosotros.”
El Apóstol nos dice que había otros que se enfocaban en diferentes temas. Hubía unos que pedían “una señal” (I Corintios 1:22a). Ellos decían: “Moisés hizo milagros. Veamos milagros, y entonces creeremos”. Eran Judaitas, que hablaban sobre la circuncisión y exaltaban los ritos del Antiguo Testamento y los días santos. Ellos enseñaban la Biblia por su propio bienestar, y buscaban exaltar el Antiguo Testamento sobre el Nuevo. Pero Spurgeon dijo que el Apóstol los enfrentó, diciendo en efecto: “Hagan lo que hagan los demás, nosotros predicamos a Cristo crucificado; no nos atrevemos, ni podemos, y no alteraremos el gran tema principal de nuestra predicación, Jesucristo, y a éste crucificado” (traducción de C. H. Spurgeon, “Preaching Christ Crucified,” The Metropolitan Tabernacle Pulpit, Pilgrim Publications, reimpreso en 1979, tomo LVI, p. 480).
Entonces, el Apóstol nos dice que hubo otros que buscaban “la sabiduría” (I Corintios 1:22b). Hablaban sobre temas que darían a sus oyentes sabiduría en cómo vivir, y cómo prosperar, y cómo tener una vida mejor. Spurgeon dijo que hay ministros que dan “un deleite intelectual. Sí, y por lo general he encontrado que tal deleite intelectual lleva a la ruina de las almas; que no es el tipo de predicación que por lo general Dios bendice para la salvación de las almas, y por lo tanto, aunque otros pueden predicar [sobre estos temas] ‘nosotros predicamos a Cristo crucificado’, el Cristo que murió por los pecadores, el Cristo de la gente, ‘y nosotros predicamos a Cristo crucificado’ en un lenguaje sencillo, en un lenguaje simple, que la gente común puede entender” (C. H. Spurgeon, ibid., p. 482). Una vez más Spurgeon dijo: “La doctrina de Cristo crucificado está siempre conmigo. Como el centinela Romano en Pompeya se quedó [en] su puesto aún cuando la ciudad fue destruida, así yo estoy de pie [por] la verdad de la expiación aunque la iglesia está siendo enterrada bajo la lluvia de lodo hirviendo de herejía moderna. Todo lo demás puede esperar, pero esta verdad debe ser proclamada con voz de trueno. Otros pueden predicar [lo que les guste], pero en cuanto a este púlpito, siempre resonará con la sustitución de Cristo [por nuestros pecados en la Cruz]. ‘Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo’ [Gálatas 6:14]. Algunos continuamente puede que prediquen a Cristo como ejemplo, y otros pueden perpetuamente [hablar] sobre su [segunda] venida a la gloria: también predicamos ambos temas, pero sobre todo nosotros predicamos principalmente a Cristo crucificado, para los Judios piedra de tropiezo, y para los Griegos locura; pero a los que son salvos Cristo el poder de Dios, y la sabiduría de Dios” (traducción de C. H. Spurgeon, “The Blood Shed for Many,” The Metropolitan Tabernacle Pulpit, Pilgrim Publications, reimpreso en 1974, tomo XXXIII, p. 374).
Sea lo que sea que los demás prediquen, sea lo que sea que los demás puedan decir en sus púlpitos, mientras yo me pare en este púlpito nuestro tema principal siempre será:
“Jesucristo, y a éste crucificado” (I Corintios 2:2).
“Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado”
(I Corintios 1:23).
“En la Cruz”. ¡Cántala!
En la cruz, en la cruz,
Sea allí mi gloria,
Hasta que el río al cruzar
Mi alma descanse.
(Traducción libre de “Near the Cross” por Fanny J. Crosby, 1820-1915).
II. Segundo, “Pero nosotros predicamos.”
Aquí tenemos una segunda diferencia entre lo que sucede en la mayoría de nuestros púlpitos, y lo que dijo el Apóstol, y lo que hizo. Pablo dijo: “Pero nosotros predicamos”. ¡Ah, hay una gran diferencia entre predicar y enseñar! Las dos palabras son diferentes en el Griego subyacente, ¡y también son diferentes en el Español! La palabra Griega principal para “enseñar” es “didasko”. Significa “dar instrucción” (Vine). La palabra para “predicar” es “kerusso”. Significa “anunciar, proclamar” (Vine). La enseñanza da instrucción. La predicación anuncia y proclama. La enseñanza se dirige a la cabeza. ¡La predicación se dirige al corazón! Un anciano predicador Bautista del Sur, del estilo antiguo, me dijo hace mucho tiempo: “¡Hijo, si no sabes la diferencia entre la enseñanza y la predicación no estás llamado a predicar! ¡Deja del ministerio!” ¡A veces siento ganas de gritar eso hoy en día! “¡Si no sabes la diferencia entre la enseñanza y la predicación – deja el ministerio!”
¡Pedro era un predicador, no un maestro de la Bíblico! En el Día de Pentecostés, no los hizo abrir sus Biblias y les enseñó verso a verso. ¡No había una persona allí con una Biblia! Las Biblias estaban en rollos, que se mantenían en las sinagogas. ¡No, Pedro se levantó y “alzó la voz” (Hechos 2:14) y les predicó a ellos! ¡Eso es lo que necesitamos hoy! ¡Qué Dios nos ayude! En estos últimos días,
“teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros”
(II Timoteo 4:3).
“Pero,” alguien dice: “la gente no quiere predicación”. Yo digo: “¡Hazlo de todas maneras!”
“Soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (II Timoteo 4:5).
Yo enseño la Biblia verso por verso tres noches tres noches por semana en las reuniones de oración de nuestra iglesia y en reuniones de alcance. Pero el Domingo por la mañana y por la noche predico. ¡Lo tomas o lo dejas! ¡Eso es lo que vas a obtener aquí el Domingo – la predicación del Evangelio que escudriña el alma! La Biblia dice:
“¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?”
(Romanos 10:14).
Eso es lo que un pecador como tú necesita – predicación al rojo vivo, predicación que hace sentir tu pecado ante el rostro de un Dios enojado – predicación que te hace sentir la ira de Dios y las llamas del Infierno – y el juicio que mereces por vivir una vida de pecado – predicación que quebranta tu orgullo y te muestra que has pisoteado a Cristo y has rechazado la Sangre que Él derramó en la Cruz para salvarte! ¡Pecador, eso es lo que necesitas! ¡Necesitas que se te predique hasta que estés bajo la convicción del pecado en tu vida, y el pecado de tu corazón y de tu mente! Necesitas que se te predique hasta que corras a Jesucristo para la limpieza de la porquería de tu pecado. Otros pueden enseñar y dar pequeños estudios verso por verso el Domingo, pero en este pulpito, siempre y para siempre, puede decirse:
“Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado”
(I Corintios 1:23).
III. Tercero, “Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado”.
Sí, aquí ese es el tema principal de nuestros sermones del Domingo. No es la única cosa que predico, ¡pero ciertamente es la cosa principal! No es suficiente decir unas cuantas palabras sobre Cristo crucificado en un sermón. Los predicadores hacen eso porque no le escuchan a los pecadores. Si escucharan a sus miembros nominales, los que asisten solamente el Domingo en la mañana, se descubrirían que virtualmente todos ellos están perdidos. Se darían cuenta de que ellos en realidad no captaron el Evangelio, porque no les fue clavado en sermones enteros semana tras semana. ¡Por lo tanto, el tema principal de nuestros sermones el Domingo es Cristo crucificado! ¡Qué así sea para siempre!
Un amigo mío visitó el Tabernáculo de Spurgeon en Londres. En la Segunda Guerra Mundial toda esa gran iglesia, salvo la fachada, fue destruida por las bombas de Hitler. Cuando mi amigo visitó la iglesia reconstruida, le preguntó a un viejo diácono Escocés de la iglesia, “¿Hay algo de la iglesia aparte de la pared de enfrente que sea lo mismo que en el tiempo de Spurgeon?” – “Sí”, dijo el viejo Escocés, “la doctrina. ¡La doctrina es la misma!”
La gran doctrina de Spurgeon era “Cristo crucificado.” Cuando Spurgeon fallecía, le dijo a un amigo: “Mi doctrina se puede resumir en cuatro palabras: ‘Jesús murió por mí’”. ¿Puedes tú decir eso? ¿Puedes decir con certeza que Jesús murió por ti? ¿Sabes con certeza que Él murió en tu lugar, para pagar la pena por tu pecado? ¡Si no puedes decir eso verdaderamente, te suplico que vengas a Jesús y seas lavado por Su santa Sangre!
“Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado”
(I Corintios 1:23).
La Biblia dice:
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:8-9).
Cristo murió en la Cruz para pagar la pena por tus pecados y salvarte de la ira de Dios. Es por eso que
“predicamos a Cristo crucificado” (I Corintios 1:23).
¡Ven a Cristo! ¡Sé salvo del juicio por El! Él murió en la Cruz para salvarte del pecado y del juicio. “En la Cruz”. ¡Cántala!
En la cruz, en la cruz,
Sea allí mi gloria,
Hasta que el río al cruzar
Mi alma descanse.
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