domingo, 14 de marzo de 2010
martes, 9 de marzo de 2010
LA IGLESIA POSTMODERNA EL YO Y EL AHORA
La Iglesia Postmoderna
Por René X. Pereira
¿Cómo comenzó todo?
La historia humana se caracteriza por el surgir de importantes cambios que afectan la idiosincrasia de las grandes civilizaciones. Estos cambios son el producto de ideas y conceptos que se van propagando de individuo a individuo y de nación a nación, hasta ser una influencia mayor en la cosmovisión de toda una época. También son el resultado de eventos significativos que cambian para siempre la manera de ver las cosas.
Los sociólogos, quienes analizan estos cambios y el comportamiento de los diversos grupos sociales, han afirmado que el mundo occidental está experimentando un cambio en su cosmovisión el cual han llamado el postmodernismo. Más que un movimiento que envuelve a los intelectuales y académicos, el postmodernismo en la actualidad ha logrado asentarse en la sociedad occidental de tal forma que hoy por hoy es la manera de pensar más común entre las nuevas generaciones.
¿Y qué es postmodernismo? Representa una apertura a todo tipo de idea y creencia sin el freno de la razón. Es una tolerancia que rechaza todo tipo de valores absolutos. El término postmodernismo significa posterior o tras el modernismo. Y eso es lo que este movimiento resulta ser: una reacción opuesta a una forma de pensamiento mayormente racionalista y empírica que ha dominado al mundo por muchos siglos. De manera que no podemos entender el postmodernismo sin primero echar una ojeada a todo lo que representó el modernismo.
La época moderna o modernismo surgió cerca de los finales del siglo XVI y XVII debido a tres acontecimientos sumamente importantes:
• El descubrimiento de América
• El renacimiento
• La Reforma Protestante
El modernismo surgió en el mundo como una reacción al oscurantismo y atraso que representó la Edad Media en el mundo. Durante el medievo, todas las artes, las ciencias, la filosofía y las diversas disciplinas del saber estuvieron bajo el estricto control y supervisión de la Iglesia Católica. Las grandes bibliotecas y las colecciones de los clásicos de la antigüedad se hallaron por mucho tiempo escondidos del pueblo común. Los monasterios y las abadías se convirtieron en guardianes de toda esa vasta colección de clásicos del mundo antiguo, incluyendo la misma Biblia. El renacimiento surge en Europa como una llama que va contagiando a otras naciones. Comienza a manifestarse un marcado interés por todo lo clásico griego y romano. Los viajes de navegantes y aventureros como Marco Polo, quien llegó hasta la China y relató sus experiencias en dichas travesías, comienzan a despertar en Europa un tremendo interés por esas culturas que estuvieron fuera del alcance del poder de la Iglesia Católica.
El descubrimiento del Nuevo Mundo a su vez, creó en los europeos un deseo por explorar y aventurarse en las tierras recién descubiertas. Esto fue poco a poco rompiendo con el inmovilismo y el conformismo del medievo. Finalmente la Reforma Protestante del siglo XVI significó, entre otras cosas, el fin del dominio casi absoluto de Roma sobre la política de los estados europeos, sobre las ciencias, las artes y la cultura. En el ámbito político el modernismo trajo el nacimiento del estado moderno y su sistema republicano. Surgieron los llamados filósofos de la ilustración como Rouseau, Voltaire y Montesquieu, quienes trajeron ideas completamente revolucionarias para aquél entonces. El antiguo concepto del derecho divino de los reyes para ejercer el poder absoluto sobre la vida y destino de sus súbditos fue cuestionado por la ilustración. Comenzó a propagarse la idea de que el poder debía provenir del pueblo, y era el pueblo mismo quien daba autoridad a los gobernantes por medio del sufragio. Dos grandes revoluciones encendieron la chispa de estas nuevas ideas: la revolución americana en 1776 y la revolución francesa en 1789. La ilustración formuló los ideales de la igualdad de todos los hombres que fueron creados libres. Como parte de este movimiento de desarrolló lo que se llamó el “culto a la diosa razón”. El modernismo rechazó las antiguas ideas religiosas y abrazó el racionalismo y el empirismo como su nueva religión.
La fe del modernismo fue una basada en el potencial humano, en el estado moderno, en la ciencia y en la tecnología. Ya no era necesario explicar la creación y el origen de la vida en términos bíblicos porque ahora la ciencia y la razón contestarían las grandes interrogantes del ser humano. En el siglo XVIII y XIX comenzó a desarrollarse lo que se llamaría la Revolución Industrial. Durante estos años el avance científico y tecnológico en comparación con los siglos anteriores fue extraordinario. El mundo occidental fue pasando de una economía mayormente agraria, a la manufactura, la industria y la producción. Surgió una nueva clase llamada la burguesía, que estaría compuesta por los grandes comerciantes y empresarios. El capitalismo como filosofía económica alcanzó gran aceptación entre las naciones de occidente. Llegó el momento, ante tantos adelantos tecnológicos y científicos, que muchos comenzaron a decir que la religión pronto desaparecería. La ciencia y la razón lograrían crear un mundo mejor, acabarían con las enfermedades, la miseria, y los grandes problemas del hombre y todos los misterios de la vida serían explicados.
Muchos auguraron que ya no sería necesario creer en Dios porque el hombre con su inteligencia llegaría a suplir todas sus necesidades. Pero entró la civilización occidental en el siglo XX y las cosas comenzaron a salir mal. Llegó la primera gran guerra de 1914: la Primera Guerra Mundial. A diferencia de otras guerras en la historia, en ésta se demostró que la ciencia y la tecnología, en lugar de llenar las necesidades del ser humano, también sirvieron para matar y destruir. El mundo se vio envuelto en una terrible guerra que se extendió más allá de las fronteras de una región específica. Posteriormente otra guerra aún más terrible que la primera golpeó más fuertemente todavía el gran sueño modernista: la Segunda Guerra Mundial. El modernismo produjo ideologías socio-políticas como el fascismo y el marxismo. Adolfo Hitler empleó científicos para idear armas terribles de destrucción masiva. Los Estados Unidos también empleó a científicos y técnicos quienes crearon el arma más terrible y devastadora: la bomba atómica. El lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima y posteriormente en Nagasaki probó que el hombre realmente estaba muy lejos de lograr toda su felicidad y erradicar sus problemas.
La gran frustración
La búsqueda del saber, la tecnología, la razón y la ciencia dejaron un vacío en el espíritu del hombre. La industrialización trajo la contaminación y la destrucción acelerada de los recursos naturales. El capitalismo hizo a los ricos más ricos y a los pobres aún más pobres. El socialismo tampoco llenó las necesidades del ser humano, y también se convirtió en una nueva dictadura. La medicina logró hallar la cura de muchas enfermedades, pero a la misma vez surgieron nuevas versiones de virus y bacterias resistentes a los antibióticos y las vacunas que se habían inventado. Finalmente la guerra de Korea y la de Vietnam crearon una oleada de protestas y comenzó a sentirse un profundo descontento ante el ya claro fracaso de la utopía modernista. El hombre del siglo XX resultó ser aún más infeliz e insatisfecho que en el pasado.
Esta creciente frustración terminó por traducirse en una reacción contraria. Filósofos como Nietzsche, Sartre, Albert Camus, y otros, comenzaron a promulgar las ideas del existencialismo y el nihilismo, filosofías que fueron preparando el camino para el postmodernismo. El concepto de que no hay verdad, porque todo es la verdad y a la vez, nada es la verdad. Lo que para el hombre moderno fueron ideales y verdades absolutas, para el postmodernismo son valores relativos y situacionales. Se perdió la fe en las instituciones, en el estado, en los grandes ideales y surgió una nueva fe en el yo, en el individuo. Una mentalidad de sacrificio por el colectivo fue reemplazada por una mentalidad de no-sacrificio por nada. El hombre postmoderno se tornó totalmente indiferente ante la vida. En lugar de luchar por los ideales y los grandes paradigmas, el postmodernismo decidió no pensar en los problemas, no buscar solución sino vivir el momento. El placer y el hedonismo se convirtieron en los dos grandes pilares de la postmodernidad.
La penetración social del postmodernismo ha sido efectivamente asombrosa. Se ha generalizado la idea de que todo es relativo. Cada grupo cultural, religioso o político vive, según el postmodernismo, en su propia realidad. La verdad es totalmente subjetiva, y no hay manera de establecer verdad objetiva y absoluta alguna. De modo que el postmodernismo ha adoptado una actitud de tolerancia y sincretismo ante toda idea o concepto. Los educadores postmodernos, por ejemplo, enseñan que cada vez que una persona afirma tener posesión de la verdad (especialmente la verdad religiosa), termina reprimiendo y descartando a todos los que no están de acuerdo. Por ende, el postmodernismo proclama a los cuatro vientos que la verdad ha muerto, no existe. Cada cual fabrica su propia “verdad” según el cristal con que mira las cosas, y nadie puede cuestionar ni poner en tela de juicio su verdad.
El postmodernismo entra a la iglesia
Como era de esperarse, el postmodernismo también ha estado influyendo en la iglesia cristiana, No es desconocido el hecho de que la iglesia no está inmune a las influencias de la sociedad en que interactúa. El postmodernismo evangélico ha producido un nuevo sistema de fe muy semejante a su homólogo secular. Un sistema en el cual los valores absolutos, la doctrina, las grandes verdades de la Escritura que otrora fueran los pilares del cristianismo clásico, son abandonados por el culto a la experiencia personal y a la fe individual. Anteriormente el modernismo, en su afán por lo científico y lo racional, echó a un lado todo lo relacionado con lo espiritual y sobrenatural. El postmodernismo ha hecho todo lo contrario. Su lema es: hay que creer en algo, no importa lo que sea. El modernismo produjo una iglesia seca que descartó todo lo sobrenatural, un “cristianismo” que terminó negando los milagros, la resurrección de Cristo y el relato de la creación. Surgieron iglesias y seminarios que se volvieron centros de enseñanza humanística. En ellos se negó la inerrancia de las Escrituras y la historicidad de los relatos bíblicos. Las iglesias que abrazaron el modernismo se tornaron liberales y áridas, sin emociones ni experiencias.
La misma reacción que ocurrió en el ámbito secular, se repitió en lo religioso. La iglesia postmoderna representó el extremo opuesto. Una iglesia donde el pensar, analizar, estudiar, y presentar las verdades bíblicas ya no es lo primordial, sino sentir, experimentar y gozar. Una espiritualidad que, aunque podría parecer positiva para muchos, es tan peligrosa como el escepticismo modernista porque es una espiritualidad hedonista, fuera de la verdad bíblica. El postmodernismo dio a luz una iglesia diseñada para que las personas vengan a “sentirse bien”, a llenar sus necesidades particulares. Por lo tanto se caracteriza por ser una iglesia cuya predicación es “lite” o liviana, motivacional y sicológica. Una iglesia que no se preocupa mucho por tratar los temas del pecado, la culpabilidad del hombre, el castigo eterno, el juicio, la santidad o el arrepentimiento. Su tema favorito es la unción, el poder, los sueños, las revelaciones particulares, la experiencia, la prosperidad, la bendición y la risa. La visión de la iglesia como una establecida para proclamar el reino de Dios, ser baluarte de la verdad y alcanzar al mundo perdido, es cambiada por una especie de centro de consumo donde los feligreses vienen a “consumir” lo que se les ofrece. Surge entonces una iglesia diseñada para ser apetecible a las personas, emplear cualquier medio disponible para experimentar un crecimiento rápido.
El cristiano postmoderno estará más preocupado por sus asuntos particulares, su felicidad y bienestar personal, o su condición económica que por cualquier otra cosa. El sufrimiento por el evangelio, el sacrificio y la autonegación serán conceptos extraños y anacrónicos para él, porque habrá abrazado el evangelio “pare de sufrir”, cuyo mensaje central es: “sea hecha mi voluntad en el cielo como en la tierra”. Es el evangelio de la comodidad, el conformismo y el pragmatismo. Un “Dios” diseñado como una garantía contra problemas y adversidades. Que está ahí para servir al individuo y llenar todas sus necesidades particulares. Por eso la iglesia postmoderna irá cada vez más proyectándose hacia adentro, y no hacia afuera; hacia su microcosmos y no hacia su macrocosmos. Invertirá millones de dólares en talleres y congresos de adoración, de guerra espiritual o de finanzas, pero no le hará mucho caso a las necesidades de los misioneros y los cristianos de las otras naciones.
¿Cómo la iglesia debe enfrentar la postmodernidad?
Algunos eclesiólogos han sugerido que la iglesia bíblicamente orientada, o que pretende alcanzar al mundo perdido por medio del testimonio racional no funcionará en la era del postmodernismo. Afirman que la iglesia tiene que cambiar su enfoque para poder llegar a la gente de esta época. Sin embargo si sostenemos que el evangelio bíblico no llegará a la gente en un futuro cercano, estamos afirmando que nadie será alcanzado en realidad. Cualquier “evangelio” que pretenda alcanzar a las personas sin la exposición de la verdad, no puede ser llamado evangelio cristiano. Nuestro mensaje es único, no porque nos acerca a una mejor experiencia espiritual, sino porque es el verdadero mensaje. La iglesia no puede abandonar ni cambiar su mensaje para acomodarse a los cambios sociales y culturales. El argumento de que para alcanzar a los perdidos hay que hacerse griego a los griegos, y judíos para alcanzar a los judíos, no tiene que ver nada con cambiar el mensaje cristocéntrico. Una cosa es echar fuera los prejuicios culturales para que el evangelio llegue a una nación, como lo hizo Pablo, pero otra cosa es abandonar o cambiar la esencia del mensaje bíblico. Claro está, no estamos afirmando que los cristianos meramente ofrecen verdades objetivas cuando testifican. Demostrar el amor de Dios, vivir como Jesucristo, y experimentar el poder de Dios es extremadamente importante hoy. Pero todo esto debe suplementar e ilustrar la verdad del evangelio, jamás reemplazarla.
Quienes favorecen la sustitución de la exposición bíblica para lograr una mejor comunicación con la cultura postmoderna, ignoran también una gran verdad: el Espíritu Santo es el que convierte a las personas. Nadie se convierte porque encontró una iglesia en la cual se siente cómodo, sino porque ha sido quebrantado por el Espíritu cuando se le predicó el evangelio verdadero. El recibir el evangelio no es un asunto de técnicas de comunicación, sino de revelación especial. Cuando Jesús vino al mundo, enseñó y habló cosas que muchos no entendieron, pero aquellos a quienes le fue revelado, sí entendieron. La ceguera espiritual en el ser humano es tal que sólo la gracia y la misericordia de Dios puede abrir su entendimiento por medio de la obra regeneradora del Espíritu. Sin esa obra sobrenatural, no puede haber entendimiento, por más que uno se esfuerce.
Finalmente no podemos olvidar que el evangelio de Jesucristo nunca ha sido muy popular en la sociedad secular. No lo fue para el modernismo ateo, y tampoco lo será para el postmodernismo que se canta tolerante, pero no puede tolerar al cristianismo bíblico que afirma ser la verdadera fe. Es el precio que siempre hemos tenido que pagar, y tendremos que seguirlo pagando porque es mejor ser fiel a Dios, antes que a los hombres.
lunes, 1 de marzo de 2010
DECADENCIA ESPIRITUAL
FOTO. MARCOS WITTS Y ALEX CAMPO. CONCIERTO SOBRENATURAL (BOGOTA - COLOMBIA)
Si existe una consideración que debemos colocar por encima de todas las demás en este asunto de la decadencia y avivamiento de la piedad en el alma, es esta: Que la vida espiritual que derivamos de Cristo se alimenta y fortalece de Cristo mismo.
En el momento en que somos salvados el Espíritu de Cristo viene a morar en nosotros, comunicándonos de ese modo la vida espiritual de Cristo y Sus características. Varios textos enseñan esto con toda claridad en la Escritura:
En Jn. 14:19 Cristo dice a Sus discípulos: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis”. Y en Jn. 15:4-5: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”.
Gal. 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí”.
Muchas veces hablamos de la vida eterna como algo que se nos da, y eso no es incorrecto en sí mismo (Pablo dice en Ef. 2:9 que la salvación es un regalo de Dios); pero es más preciso verla como algo que compartimos. Por el hecho de estar en Cristo somos hechos partícipes de Su vida.
1Jn. 5:12: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. Y en el vers. 20 añade: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna”.
Es por eso que el NT hace un uso tan frecuente de la expresión “en Cristo” o frases similares (Pablo usa ese tipo de expresión unas 216 veces en sus cartas). Todo lo que somos y todo lo que tenemos se debe únicamente al hecho de que estamos en Cristo.
Es a eso que se refiere el Señor en Juan 6 cuando dijo a los judíos que si querían ser salvos debían comerlo y beberlo. Cuando nosotros comemos y bebemos los alimentos que sostienen nuestra vida física, esos alimentos vienen a ser parte constituyente de nuestro cuerpo.
Y lo mismo ocurre a nivel espiritual. Cuando creemos en Cristo, nos estamos apropiando de Él, y Su vida espiritual con sus características pasa ahora a ser nuestra (comp. Jn. 6:47-58).
Por eso decimos que el cristianismo es Cristo. Estamos vivos espiritualmente porque Él mora en nosotros por Su Espíritu; y ahora podemos ser salvos porque Él está obrando en nosotros para hacernos cada vez más semejantes a Él.
Son esas características de Cristo las que Pablo describe en Gal. 5:22-23 como el fruto del Espíritu. La diferencia entre Él y nosotros, es que en la Persona de Cristo esas gracias son intrínsecas y son perfectas; mientras que en nosotros son derivadas y necesitan ser perfeccionadas. ¿Cómo? Supliéndonos constantemente de la fuente de la que se derivan: Cristo mismo.
Juan nos dice en su evangelio que la Ley nos fue dada por medio de Moisés, “pero (que) la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn. 1:17). Él es la fuente por la cual fluyen todas las gracias de Dios a nuestras vidas.
Pero, ¿cómo podemos, en una forma práctica, alimentarnos de Cristo? De la misma manera como llegamos a ser partícipes de Él: por medio de la fe. ¿Qué quiso decir el Señor cuando habló de que Él era el Pan de Vida, y que sólo comiéndole a Él podíamos tener vida eterna?
El Señor estaba hablando aquí de depositar toda nuestra fe en Él y apropiarnos de Él en todos Sus oficios aceptándole como nuestro Profeta, nuestro Sacerdote y nuestro Rey.
Así como el Espíritu de Cristo vino a morar en nosotros cuando fuimos salvados, comunicándonos de ese modo la vida de Cristo y Sus características, esa vida y esas características son ahora desarrolladas y fortalecidas en la misma medida en que continuamos alimentándonos de Cristo por la fe.
Es por fe que contemplamos la gloria de Cristo, Su persona, Su obra de salvación, su perdón continuo, sus oficios como Profeta (revelándonos la verdad de Dios), como Sacerdote (intercediendo por nosotros ante Dios) y como Rey (teniendo pleno derecho de gobernar nuestras vidas).
Y cuando miramos a Cristo constantemente con los ojos de la fe, y contemplamos Su majestad para adorarle, contemplamos Su santidad y bondad para imitarle, contemplamos Su redención para agradecerla, entonces las gracias que El impartió en nosotros se fortalecen y desarrollan (comp. 2Cor. 3:18).
El ministro puritano John Owen dice al respecto: “Cuando la mente es llenada con pensamientos de Cristo y de Su gloria, cuando el alma se adhiere a Él con intensos afectos, esto echará fuera, y no permitirán la entrada, de aquellas causas que provocan debilidad e indisposición espiritual” (Owen; vol. 1, pg. 461).
Y en otro lugar añade: “¿Hemos descubierto en nosotros decaimiento en la gracia...? ¿Mortandad, frialdad, adormecimiento, algún tipo de tontera y de insensibilidad espiritual? ¿Hemos descubierto lentitud en el ejercicio de la gracia en su momento apropiado...? ¿Quisiéramos ver nuestras almas recobrarse de estas enfermedades peligrosas?... No existe una mejor manera de ser sanado y librado; más aún, no existe otra manera que no sea ésta: obtener una fresca visión de la gloria de Cristo por fe... La contemplación constante de Cristo y Su gloria, ejerciendo un poder transformador que reavive todas las gracias, es el único socorro en este caso” (Ibíd.; pg. 395).
¿Qué tanto ocupas tus pensamientos en meditar en la gloria de Cristo? ¿Qué tanto procuras imitarle? ¿Qué tanto le manifiestas tu amor y tu adoración? ¿Qué tanto profundizas en el estudio de Su Persona y Su obra a través del estudio cuidadoso y reflexivo de la Escritura?
La vida cristiana no se vive simplemente siguiendo una serie de reglas o creyendo una serie de doctrinas (por más importantes que las doctrinas sean para una vida cristiana vigorosa). La vida cristiana práctica consiste en comunión con Cristo. Por estar en Él estamos espiritualmente vivos, y sólo en comunión con Él podemos estar saludable y vigorosamente vivos
FUENTE: TODO PENSAMIENTO CAUTIVO
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